Mónica Jaramillo era una chica brillante, pero no resistió el acoso

\"MonicaPor Roxana Cazco. 24/11/2012

El colegio Maestro Juan de Ávila es un armatoste de cemento, de apariencia fría y desolada. Su estructura se altera levemente durante los recreos y la salida de clases. Hace frío en Ciudad Real y los alumnos apuran “un pitillo” para engañar la sensación térmica mientras esperan el timbre de regreso a las aulas. Nadie quiere hablar de Mónica. Les resulta un golpe duro de encarar, acaso un sentimiento de culpa. De primeras todos niegan que allí haya pasado algo que desencadenara el suicidio de Mónica Jaramillo, una chica ecuatoriana de 15 años, que cursaba el segundo año de secundaria.

En el instituto han prohibido hablar del tema. Pero la burbuja se va inflando y explota. A la luz saltan la crueldad y la indiferencia. “Mona, vete a tu país”, cuenta una chica de su clase que le decían otros compañeros. Los insultos sobre su apariencia física y forma de vestir (“qué zapatos tan feos”, “llevas ropa usada”) eran recurrentes. En primer año unas alumnas la agredieron. Mónica era una chica tímida, callada y solitaria. Con poca autoestima y dificultad para relacionarse, según sus compañeros. De piel morena y robusta. Generalmente estaba sola, la aislaban y pocos se juntaban con ella. Excepto otras dos chicas ecuatorianas. Las vejaciones habrían empezado desde que empezó la secundaria en el Juan de Ávila. Sucedían en el aula y en el autobús escolar que la llevaba al instituto desde Torralba de Calatrava. Son las 15:05 en Torralba. Del bus desciende una quincena de alumnos. Esquivan las preguntas hasta que uno asegura que la menor ecuatoriana nunca fue acosada.

Otras versiones lo contradicen. “Los chicos ponían la mochila para que no se sentara. Sin monitora, todo era un desastre”, asegura una adolescente. Los problemas se acentuaron cuando la asignación de puestos por lista y la vigilancia de un adulto fueron eliminadas. “Se metían con su aspecto, le decían gorda y también porque no era de aquí”. Un joven que compartió momentos con Mónica y una amiga suya relata que “todos los días” les contaba cómo una compañera de clase se metía con ella. “Fue al jefe de estudios muchas veces, pero no le hizo el menor caso. Ahora quieren librarse del marrón (problema) porque no hicieron nada, por eso nos piden silencio”. La fragilidad de Mónica engrandecía a los acosadores. “La vieron débil y dijeron vamos a por esta, a hacerle daño”, dice otra chica. La menor prefería evitar los malos ratos tomando transporte público o pidiendo a su padre que la llevara. ¿Con todas estas señales, cómo era posible que ningún profesor se diera cuenta de lo que sufría la adolescente? “Claro que lo sabían”, dice la mejor amiga de Mónica el año pasado, una ecuatoriana que este curso se cambió de colegio. Ella corrobora la versión del compañero de autobús. Ella misma le acompañó en “tres o cuatro ocasiones” ante el jefe de estudios a contarle. “Íbamos con otra amiga, pero Andrés, que así se llama, nos decía que nos fuéramos y les dejáramos a solas”. Según esta menor, el docente le aconsejaba ignorar a los supuestos agresores. “Nunca hizo nada”, lamenta la chica, abatida por la muerte de quien era “una niña demasiado buena, humilde, que no se metía con nadie, pero que no sabía defenderse”.

En el instituto, una mujer, que se niega a identificarse, señala que nadie hará declaraciones. “No había acoso” Juan Jaramillo camina encorvado y mirando al suelo, a ratos con pasos desorientados. Cuando alza la cabeza, se ve a un hombre roto. Los ojos tienen el brillo difuso de quien lleva llorando días y aunque ya no hay lágrimas el fulgor no se va. “Yo soy el fuerte, mi esposa está peor”, dice este lojano de 46 años que llegó a España hace 10. Está indignado con el instituto. “Cuando pasó lo de la niña iban todos los días al hospital. Desde su muerte no me han llamado, se esconden”. Les responsabiliza de la decisión de Mónica y de no haber actuado. Las continuas faltas de la menor -15 en octubre- hicieron que el centro se contactara con los padres. “Dicen que acudí una vez -el 7 de noviembre- después de que me llamaran en dos ocasiones. Es mentira”, exclama.

Asegura que ya el 17 de octubre le dijo al jefe de estudios que su hija se encontraba mal porque le molestaban tanto en el aula como en el autobús. “Esas son excusas para no ir a clase”, habría sido la respuesta del docente, según Jaramillo. El 7 de noviembre acudió al colegio con Mónica. Relató, entre otras cosas, que dos chicas le impedían la entrada al baño y que otros hablaban a sus espaldas y se reían todo el tiempo de ella. Padre e hija insistieron en el cambio de colegio, sin obtener respuesta. El docente pidió que identificara en fotos a los supuestos acosadores.

El orientador se reunió con estos y sus padres. Su conclusión fue que “no existía un caso reiterado y continuo de acoso entre iguales”, por lo que ofrecieron a la menor solo el cambio de clase, según el consejero de Educación de Castilla La Mancha, Marcial Marín, entidad que investiga. La mañana del 9 de noviembre Juan Jaramillo encontró una escena desgarradora en el cuarto contiguo al de Mónica. Intentó salvarla junto a Marcos, el hijo mayor, pero era tarde. “Sabía que había muerto, aunque la ciencia la mantuvo cinco días”, señala el progenitor. Los cordones que utilizó la niña aún penden de las vigas de madera del viejo granero donde cuelgan la ropa.

El lugar -una casa amplia de diseño señorial- ha pasado de la bulla de cinco hermanos al silencio absoluto. Mónica estuvo en cuidados intensivos hasta que falleció, el 13 de noviembre. Sus órganos viven en los cuerpos de seis personas. El caso en la justicia El padre de Mónica denunció al jefe de estudios, al orientador y al tutor del colegio. Su abogado, Ramón Alen, lleva el caso por el campo “de la imprudencia penal, la omisión del deber y la desidia”.

El suicidio de Jokin Ceberio, de 14 años, en el 2004, disparó las alarmas sobre una realidad cada vez más común en España. El menor fue acosado  por varios compañeros hasta que se mató. Cristina Cuesta, de 16 años, sufría ‘bullying’ en su colegio, la envidiaban por ser buena estudiante. Se quitó la vida en mayo del 2005. La última solución era convertirse en monja ‘Moni’ era una chica sensible y frágil. Adoraba las aves.

El año pasado encontró dos gorriones en la calle – uno malherido- y se los llevó a casa. Les cuidó y alimentó. “Mi niña quería sobre todo al más feo, al de la patita mala”, recuerda el padre. Quería ser veterinaria o “cuidadora de pájaros”. Le gustaba dibujar. Ganó un premio en la escuela y retrataba con precisión a su familia. Era ordenada y metódica. Leía mucho y escribía pensamientos  (“La vida no es solo diversión, pero tampoco solo sufrimiento…”).

Cuando no iba a clases pasaba horas estudiando matemáticas. “En la agenda están los apuntes, para que después digan que no le gustaba estudiar”, exclama su primo Jonathan, quien recuerda la última imagen de la joven. “Estaba de pie, haciendo café para todos”. Se habían reunido a preparar tamales, pues tres tíos de Mónica y sus familias viven en Ciudad Real. No le interesaban la moda ni la ropa de marca, mucho menos el maquillaje. No le gustaban las fiestas y no dependía de Internet. Era distinta, por eso no encajaba. “No entraba dentro de esta sociedad”, dice el padre.

En su muro de Facebook escribió que quisiera perderse en una isla y que nadie la encontrara. El sufrimiento había llegado a su límite. Le costaba estudiar. Cambió de carácter. Los padres dejaron de presionarla para que fuera a clases. Entonces pidió ser monja. Incluso llamaron a la madrina de la niña, religiosa en Ecuador, para preguntarle los pasos a seguir. “Debí mandarla enseguida”, se culpa Juan.

En uno de esos días, Mónica exclamó: “Mami, esto es lo que me pasa”, mostrándole una página del libro de Lengua. “La violencia escolar forma parte del catálogo de horrores predecibles”, dice el primer párrafo. A María Erlinda los tranquilizantes la mantienen en pie. “Se me fue la única niña, debo seguir luchando por los cuatro que me quedan”, dice con un hilo de voz. La relación entre ambas era estrecha. El padre reagrupó a toda la familia hace cuatro años. Mónica obtuvo la nacionalidad la semana en que falleció.

Fuente: El Comercio

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *