Artículo original publicado el 20 de abril de 2014 por Paul Rubens en La Tercera
Los días de memorizar sus contraseñas están contados. En algunos años podrá acceder a su cuenta bancaria en internet usando un tatuaje electrónico en su brazo o con una pastilla que, una vez digerida, difunde la contraseña a través de las paredes del estómago. Ya existen prototipos.
El tatuaje tiene componentes elásticos como sensores y una antena que se internalizan en la piel. La antena transmite la contraseña a un lector electrónico cuando uno entra en contacto con un teléfono o computador.
Y el ácido estomacal -en vez del ácido de las baterías- activa la píldora.
Este pequeño artefacto ha sido diseñado para que pulse un código que sería recogido por un sensor en un computador portátil poco después de dejar el esófago.
La motivación para desarrollar tecnologías tan extrañas viene de un problema creciente y generalizado: los sistemas de autentificación existentes con los que se ingresa a servicios en línea se basan en contraseñas. Y estas no siempre están a la altura de las circunstancias.
El error Heartbleed ha dejado en evidencia el problema de la inseguridad de las claves de internet. Varias empresas de tecnología están instando a los usuarios a cambiar sus claves, sobre todo las del correo electrónico, almacenamiento de archivos y banca electrónica.
Cerca de 50.000 sitios únicos logran suplantar contraseñas cada mes, lo que lleva a robos en línea por un total estimado de US$ 1.500 millones cada año.
Fácil de recordar y robar
Las personas también tienden a elegir contraseñas fáciles de recordar. Es decir, fáciles de adivinar. De los 32 millones de contraseñas reveladas durante una violación de seguridad, más de 290.000 resultaron ser ‘123456’, de acuerdo con Imperva, una empresa de seguridad de California.
Una contraseña que contiene seis letras minúsculas puede ser interceptada en sólo una fracción de segundo. Pero una más larga y compleja, con 11 letras mayúsculas y minúsculas al azar, números y caracteres especiales, podría tomar cientos de años. La regla de las contraseñas es simple: cuanto más compleja, más segura. Pero esperar que la gente recuerde combinaciones largas y sin sentido, no es realista.
El problema es que las personas simplemente tienen demasiadas contraseñas que recordar, dice Michael Barrett, jefe de seguridad de la información de PayPal.
“Cuando hablé con los consumidores hace 10 años, me decían que tenían cuatro o cinco nombres de usuario y contraseñas para recordar. Ahora me dicen que tienen 35 de esas malditas claves”, dice Barrett.
Un adulto típico entre 25 y 34 años de edad tiene 40 cuentas en línea, según un estudio de 2012.
Algunas compañías están agregando datos biométricos como segundo factor de autenticación, aprovechando las cámaras y micrófonos en los teléfonos inteligentes para realizar un reconocimiento de cara o de voz, incluso exploraciones de iris.
Sin embargo, los datos biométricos tienen sus propios problemas. A diferencia de las contraseñas, que se pueden cambiar, las impresiones de rostro y voz no. Si los cibercriminales logran entrar a un sitio y robar información biométrica, esta podría ser usada para siempre para entrar en otras cuentas que dependen de la autenticación biométrica.
En todo caso, esto es poco probable, porque los datos de huellas dactilares se combinan típicamente con datos aleatorios para crear un biométrico basado en su huella digital. Así que un pirata informático que tuvo acceso a un análisis de su huella digital no necesariamente será capaz de entrar en un sitio biométricamente asegurado.
Pero hay un problema, incluso con la autenticación de dos factores. Mientras les hace la vida más difícil a los criminales, a los usuarios no les gusta la molestia adicional. “Los consumidores sólo quieren comprar cosas y esperan que la empresa se encargue de la seguridad”, dice Barrett.
Fuente: La Tercera