21 de octubre de 2012
Por Ariel Torres
Hay un número de mitos en torno de Internet. El primero, que somos anónimos. La verdad es casi enteramente opuesta. Si estamos online, nuestro dispositivo (la PC, la notebook, la tablet , el teléfono) está identificado por un número, llamado dirección IP.
Más aún, nuestras acciones son registradas por los sitios y servicios que usamos, entre otras cosas para realizar auditorías de seguridad informática. Como la dirección IP nos es asignada por el proveedor de Internet (que tiene todos nuestros datos) o por la empresa donde trabajamos (ídem), entonces el anonimato en la Web, salvo para los expertos, es cercano a cero.
El segundo mito es que poseemos alguna clase de control sobre los contenidos que subimos a Internet, en especial a las redes sociales como Facebook y Twitter. Creemos que sólo nuestros amigos y contactos verán esas fotos, links y textos. De hecho, hemos configurado con severidad las opciones de privacidad. De nada sirve. Vivimos en un mundo donde todo lo que llamamos información se ha transformado en cadenas de unos y ceros que viajan sin frontera ni aduana, incorpóreos y a la velocidad de la luz por las arterias digitales de la red de redes.
Así que es imposible evitar que alguien copie, reenvíe, retuitee, repostee, comparta. Es lindo imaginar que podemos, pero es 100% falso. Los bits no piden permiso, ni mucho menos saben de cerrojos. En la práctica no tenemos ninguna posibilidad de saber hasta dónde llegarán, cuál será el alcance, quién más verá esos contenidos.
No pocos han perdido sus empleos a causa de esto; no pocos se han enfrentado a un juicio de divorcio. La geolocalización, que impregna en las fotos y los posts las coordenadas geográficas captadas por GPS, no nos deja ni un rincón de privacidad y de paso traza nuestros derroteros con precisión satelital.
Por sobre estos dos mitos sobrevuela el fantasma de una reputación personal online sobre la que también tenemos escaso control y que puede verse fácilmente empañada por terceros. Los tres asuntos están íntimamente ligados. Quien difama en Internet debería tener presente que es casi imposible hacerlo de forma anónima. La valentía del que daña una reputación sin motivo ni razón es el anonimato. Esa es su capucha, su antifaz. Pero estos disfraces son transparentes para el ojo experto.
A la vez, no es mala idea construir una identidad digital acotada para las redes sociales. No es diferente de lo que hacemos en público en el mundo real, donde no divulgamos nuestra intimidad con tanta liberalidad como en Facebook o Twitter.
Favor de anotar: Internet no es una reunión de amigos, sino un espacio público donde todo se replica y nada se olvida.
Fuente: La Nación