Por Jorge Mosqueira | LA NACION
Un vendedor de salón apareció en una página de Facebook ingiriendo una bebida alcohólica en su lugar de trabajo. El empleador lo despide con justa causa, por su conducta incorrecta. El trámite va a juicio, que termina perdiendo la empresa por falta de pruebas.
¿Otro caso de puerta giratoria, en la que quienes cometen delitos no son castigados debidamente? Faltan datos para llegar a esta conclusión. Según testigos, la ingesta se produjo el 31 de diciembre de 2009, fuera de horario de trabajo, duran un brindis de fin de año promovido por la encargada del local. Por estos motivos, la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo desestimó los cargos e hizo lugar a la indemnización correspondiente.
Una vez más, las redes sociales parecen intervenir negativamente en las relaciones laborales. La aparición de Internet, de Facebook con más de 1500 millones que se comunican en el mundo, más WhatsApp, los mensajes de texto, Instagram, etcétera, a lo que se agrega la popularización de los teléfonos inteligentes que facilitan el uso de aquellos programas, provoca dolores de cabeza a quienes se asumen como responsables de las conductas de sus empleados.
Se buscan recursos alternativos, como la prohibición de ingresar a Internet en horas de trabajo o la elaboración de políticas ad hoc. Pero es inútil. Nunca se logrará llegar hasta el punto del control total porque es parte constituyente de la raza humana. Hasta en las cárceles más rigurosas ha habido fugas. Es la misma condición que se requiere para descubrir nuevos mercados o emprender innovaciones importantes que la empresa espera recoger: es la creatividad puesta en marcha.
El nerviosismo tiene origen en un error de diagnóstico. Internet ha abierto un agujero por donde los empleados pueden escapar. La solución ingenua, rudimentaria, es prohibir. Es decir, tapar el agujero. Pero se construirán túneles, recursos burocráticos alternativos, o ingeniosas maniobras de huida. La pregunta de fondo es por qué quieren escapar.
Vale aquí hacer una distinción. Hay tareas que son observables y otras no. Las que requieren trabajo y presencia física (un operario de planta, un miembro de seguridad, un chofer, por ejemplo) pueden ser controlados visualmente. Quienes se desempeñan en tareas de tipo intelectual, administrativas, gerenciales o de diseño, solamente pueden controlarse por resultados. En estos puestos, no hay modo de detectar (por ahora) qué están pensando, si es por lo que la empresa les paga o en cualquier otra cuestión personal. «Las ideas no se matan», diría Sarmiento. Tampoco se controlan, podríamos agregar.
Un notable desvío de sentido común es atribuir a las herramientas la culpa de los males. La eliminación de las armas, pongamos por caso, no evitaría las guerras.
Hoy la aparición de Internet en las oficinas semeja a la invasión de los hunos sobre Occidente. Se intenta emplazar barricadas, murallas, fosas, pero seguirá siendo inútil, porque en este caso es al revés.
El problema no es que quieren entrar, sino que quieren salir y, como se sabe, nadie se va de un lugar en el que se está a gusto. De esto se trata, sencillamente, aquello de las relaciones laborales y las condiciones de trabajo.
Fuente: La Nación