Lunes 15 de octubre de 2012. Por Mauricio Giambartolomei | LA NACION
El acoso de un desconocido se puede dar en las redes sociales, en el celular y hasta en la puerta de la casa; cuatro historias de personas que lo padecieron y cuentan su experiencia.
Identificar el problema es el comienzo de la solución. Pero ¿qué pasa cuando no se conoce la causa? O, peor aún, cuando la persona descubre que está siendo hostigada por un extraño. El desconcierto posterga la solución.
Una mujer que perdió tres veces la línea de su celular porque alguien se lo denunciaba como robado; una familia que abrió la puerta de su casa unas 30 veces en el día para rechazar pedidos de deliverys y remises que nunca solicitó; un joven que sufrió el robo de su identidad en Facebook para ser difamado; un ex empleado del Poder Judicial que caminó entre balazos y causas inventadas. Cuatro historias sobre hostigamiento o acoso anónimo. Cuatro personas que sufrieron un infierno todos los días.
La línea de celular suspendida
Los usuarios de Twitter se acordarán de los #FF (Follow Friday) de los viernes. Ese día se recomendaban personas de la red social. Una costumbre, que ya quedó en desuso, fue el comienzo del hostigamiento que sufrió Silvina.
En esa interacción virtual inició un intercambio de contenidos con un periodista y, a su vez, con una usuaria que, de modales amables, le aconsejaba libros en inglés, música y ciertas trivialidades. Pero unos meses después de esa amistad tuitera los buenos modales le dieron paso a cierta hostilidad.
«Querida, quiero que sepas que no me gusta que le hagas #FF a mi marido», fue el primer mensaje directo (o DM) que recibió. «Quedé atónita -cuenta a LA NACION – porque no sabía a quien se refería y me respondió que varias ‘gatas’ lo estaban acosando por Twitter. Su marido, me decía, era el periodista». Silvina, abogada, prefiere proteger su identidad y la de todas las personas involucradas en esta historia.
Miguel Sumer Elías, especialista en derecho informático y director de Informática Legal, ofrece su diagnóstico para éste y varios casos similares. Dice que con Internet el hostigamiento dejó de ser en un lugar físico ya que no se realiza cara a cara sino que a través de mail o redes sociales. «La víctima se topa con esos mensajes durante las 24 horas, por eso se habla de un delito potenciado por los medios utilizados y la falta de temporalidad. Eso se llama ciberbullying«, detalla.
El abogado aporta que las víctimas de estos actos pueden condenar civilmente al autor de los ataques, pero la figura de hostigamiento o acoso virtual no está contemplado como delito. «Se puede aplicar el Código Contravencional de la Ciudad de Buenos Aires el que castiga el mero hecho de intimidar u hostigar de modo amenazante».
Sabiendo del problema que tenía, Silvina se contactó con el periodista quien reconoció que también era víctima «de una mujer que lo llamaba acosándolo y amenazándolo de muerte», a él y a su familia. Doble problema que derivó en una misma denuncia: extorsión.
Para ella la aparición de abogados parecía ser la solución, pero la embestida no se detuvo en Twitter. Superó la barrera de las redes sociales y llegó al mail y a su teléfono celular que era denunciado como robado.
«Me llegó un mail de Dateas.com que borré automáticamente. Pero alcancé a leer mi DNI, dirección postal, teléfono de red de mi casa paterna. Todos mis datos personales», describe Silvina. ¿Qué había pasado? La acosadora habría comprado el paquete de datos y con la mención del número de DNI apropiado hacía una denuncia falsa del robo del teléfono en la compañía. Silvina se quedaba sin línea teléfono. Le pasó tres veces.
La solución, por ahora, fue acordar con la empresa telefónica que nadie puede realizar ningún trámite sobre la línea sin citar una clave de seguridad alfanumérica. El próximo paso es la intervención de la justicia y la exposición de registros de DM’s, mails y llamados telefónicos.
Para Sumer Elias los efectos dañinos de los delitos a través de la tecnología «multiplican tanto la potencia de la agresión como el impacto y duración del daño psíquico, siendo en muchos casos indeleble, recurrente y repetitivo».
En el caso de Silvina las acciones legales y judiciales aún no fueron iniciadas. «Me las reservo por si vuelvo a tener noticias de esta señora», dice.
La relación de 140 caracteres, se cortó. Los #FF son historia.
Deliveries y remises hasta la madrugada
Treinta pedidos de deliverys en un día, sin solicitarlos. Los timbrazos eran sistemáticos, entre las 17 y las 2, durante dos meses. En ese tiempo Pablo y su familia eliminaron la opción de pedir comida por teléfono, pusieron carteles para alertar a los repartidores y comenzaron a odiar al timbre. Todo por una persecución anónima. O no tanto.
Ocurrió entre enero y marzo de este año, después de una disputa familiar por separación de bienes en una herencia. Sin pedirlos, sin saberlo, Pablo y su familia comenzaron a recibir paquetes de comidas y remises, todos dirigidos a la dirección de su departamento.
«Desconecté el timbre, pero había gente que golpeaba la puerta de vidrio de mi casa. Nos traían docenas de empanadas, dos kilos de helados, una remisería mandó autos tres veces en el mismo día. Una locura», recuerda ahora, con el trance ya superado.
Al estrés provocado por el constante repiqueteo del timbre se le sumaron otros contratiempos. El primero: suspender los pedidos a las casas de comida. No más deliverys para la familia. «A veces no sabíamos quien venía a casa porque desconectamos el timbre. ¡Pusimos un cartel en la puerta explicándole a los chicos del delivery que no toquen la puerta!», agrega.
Reparto de bienes, desacuerdo de las partes y la pesadilla del timbre. Sin demasiados detalles Pablo cuenta que «oh casualidad» todo se desencadenó, a partir de un problema familiar. «Hubo un acuerdo de palabra que no se cumplió. Sospecho de una persona, pero no estoy seguro».
Después de un sostenido acoso nocturno de varios días, para tranquilidad de la familia la persecución fue menguando, pero una denuncia le puso fin al problema. «En la comisaría me decían que no había manera de denunciarlos porque ¿a quién denunciaba?», se pregunta Pablo. La denuncia contra el sospechoso (o sospechosa) fue contravencional y en un Juzgado capitalino. Ahí terminó todo.
«Era de locos. Llegó un punto que hasta me robaron la correspondencia. Parecía una película de Michael Douglas». Atracción fatal.
Acoso y robo de identidad en Facebook
Como miles de los argentinos que no pudieron viajar al Mundial de fútbol de Sudáfrica en 2010, Gian y un grupo de amigos se las ingeniaron para alentar a la Selección desde aquí. Eligieron sumarse al grupo de Facebook Soy Argentino. Pero el objetivo inicial de subir fotos, videos, canciones y frases alentadoras para el equipo del Diego se transformó en comentarios xenofóbicos, homofóbicos y violentos de los administradores del sitio, lo que derivó en una persecución virtual.
«Bastó para decir que estábamos en contra de lo que se hacía para que comenzara el acoso», cuenta Gian que creó otro grupo en el cual, además de alentar a la Selección, se repudiaba la violencia, la xenofobia y la homofobia. «Nos declararon la guerra virtual».
Sin conocer ni aplicar la opción de Privacidad que ofrece Facebook, Gian y sus padres tenían sus perfiles abiertos al público. ¿Qué pasó? Quienes ejecutaban el ciberbullying rastrearon los datos de los tres, robaron sus identidades y se apoderaron de fotos y comentarios, de ellos y de sus contactos en la red. «Luego crearon perfiles falsos con los nombres de mis padres y ponían comentarios del tipo ‘sentimos vergüenza de tener un hijo puto, trolo’, o sea, yo. Es algo horrible, una pesadilla», recuerda Gian.
En el caso de Gian el avasallamiento sobre su reputación continúo a un ritmo pavoroso. En poco tiempo se habían creado ocho nuevos perfiles con su nombre y otros ocho con su apodo, como se lo menciona en la nota. Todos eran falsos. A través de ellos continuaba el bombardeo de calumnias e injurias como supuestos mensajes suicidas del damnificado, acusaciones de pedofilia y delincuencia.
«Se pone en juego la reputación online de la persona. Antes de Internet, si eras una mala persona podías empezar una vida nueva. Ahora no. Uno es lo que Google dice que uno es», compara Sumer Elías que brinda charlas de concientización responsable sobre el buen uso de Internet.
Al igual que en el caso de Silvina, la persecución llegó a la casilla de correo electrónico, hackeada y expuesta al robo de todos los datos personales que contenía. «Uno de ellos [de los acosadores] amenazó con esperarme en la puerta de mi casa y cortarme la cara con una Gillette».
La Policía Metropolitana cuenta con la División de Investigaciones Telemáticas , un área específica que investiga los crímenes informáticos para aplicar un protocolo similar al de otros delitos y cruzar información con otras fuerzas como Interpol, FBI y Policía Federal. Esta división protege a las personas que sufren ciberbullying . Luego de una denuncia comienza a trabajar bajo un marco legal dirigido, coordinado y supervisado por un fiscal que dispone el curso de la investigación. Los agentes del área ejecutan las órdenes.
Luego de los escraches informáticos y la consulta a un abogado, la solución del problema parecía lejana. La explicación fue clara y contundente: pelear contra personas virtuales era casi imposible.
El daño, como dice Miguel Sumer Elías, es irreparable: «Cuando antes te insultaban, ese insulto se evaporaba con el tiempo; en Internet no pasa porque queda indeleble, de por vida».
«¿Qué hice? Tenía más de 2.000 contactos en Facebook y me quedé con 150, los más conocidos», explica Gian. «Después de dos meses de ataques volvió la paz, pero dos años después recibo solicitudes de amistad de gente extraña, que no conozco. Son ellos que nunca descansan».
¿Y que deberían hacer los damnificados? Se aconseja que se debe constatar la prueba de los contenidos difamatorios ante un escribano o abogado. Con eso radicar la denuncia en cualquier comisaría. Luego avanzará la investigación correspondiente.
Causas Judiciales inventadas y el auto baleado
Era un administrativo ejemplar del Poder Judicial. Manejaba dinero en efectivo, tenía buena relación con jueces, fiscales y empleados de todas las líneas. Hasta que jugó fuerte, hizo una denuncia interna y comenzó a vivir una odisea entre balazos, amenazas de muerte y causas inventadas. Todo terminó cuando firmó su «libertad».
«Fue un hostigamiento permanente y sistemático, una pesadilla para mi familia y para mí», dice el hombre en estricta reserva de su identidad y con los detalles mínimos de la historia.
Después de la denuncia, que derivó en una investigación por la gravedad del motivo, el empleado comenzó un calvario. Y aunque presumía de qué dirección provenía el acoso, nunca lo pudo comprobar. O nunca quiso.
«Me aparecieron seis causas del año 1985, por diferentes motivos, y eran inventadas porque ya tenía el pasaporte, DNI y todos los trámites de la Policía realizados. De otra forma, no los hubiera conseguido», describe el damnificado. Las causas estaban a nombre de otra persona, pero cuando debía realizar un trámite o salir del país, aparecían con su identidad.
La historia del hoy jubilado del Poder Judicial tiene su lado dramático y criminal. Según cuenta, tanto él como su esposa recibieron amenazas que hasta involucraban a otros miembros de su familia.
«Llamaron diciéndome: ‘Tus nietos van a ser boleta, no jodas más con la causa'». Y en la calle le balearon el auto, minutos después de haber llegado a su casa. «Me venía siguiendo una Traffic, era sospechosa, pero la perdí en un peaje. Cuando estaba dentro de mi casa escucho todo eldespelote «. El despelote eran los disparos.
Las persecuciones y acoso terminaron cuando el caso se fue agotando por iniciativa del denunciante. «Estaba mi familia en el medio y prioricé a ella», dice. La causa permanece dormida en Tribunales, hace más de diez años.
Fuente: La Nación