4/7/2013
A partir de la influencia de series norteamericanas, sumar amigos y ser reconocido en las redes sociales se convirtió en una prioridad, y en el camino se margina a quienes no lo logran.
Por Fernando Massa | LA NACION
Situación familiar en un departamento porteño unos días atrás. El niño de la casa, de 9 años, se prepara para ir al cumpleaños de un amigo del colegio. Uno de los adultos allí presentes le pregunta a un amigo del chico que está jugando ahí si también va al cumple. Este chico contesta: «No, a mí no me invitaron. Sólo van los populares».
¿Sólo los populares? La naturalidad de la respuesta llamó la atención de los adultos. Aunque en el mundo de los chicos de entre 9 y 17, que cursan los últimos años de la primaria y en la secundaria, la popularidad es un concepto tan asimilado como el de la amistad o el de la diversión. Incluso, para muchos «ser popular» se ha convertido en el máximo valor aspiracional durante esa etapa de sus vidas. Un fenómeno que la influencia de algunas series infantiles norteamericanas trajo al país y que se potenció en los últimos años con las redes sociales. Este fenómeno da lugar a que algunos chicos, con tal de sumar amigos, seguidores, comentarios o likes , lleven ese deseo al extremo e incurran en conductas riesgosas para sí mismos dada la exposición que brinda Internet: el exhibicionismo, en las chicas; y las agresiones hacia otros, en los varones.
Cuando en 2010 el Ministerio de Educación de la Nación llevó a cabo la encuesta «Los adolescentes y las redes sociales», una de las preguntas que les hicieron a los 3500 alumnos secundarios que participaron fue qué es lo que valoraban más de sí mismos. La respuesta de la mayoría fue «la popularidad».
La especialista en cultura juvenil Roxana Morduchowicz, una de las autoras de ese informe, explica a LA NACION que lo que hace popular a un adolescente hoy es tener muchos amigos. Y cuantos más, mejor. Aunque ese concepto de amistad no tendrá para ellos el mismo significado que tenía para los que fueron adolescentes en el siglo XX, para quienes tres, cuatro o cinco amigos resultaban suficientes. «Se da entre los 11 y 17 años. Ellos saben identificar los distintos niveles de amistad, pero esos amigos, aunque lo sean para conseguir un comentario en su muro de Facebook, suman», dice.
¿Qué aspectos de la personalidad pesan a la hora de cosechar amigos? Morduchowicz destaca que el valor fundamental para ser «popular» es tener sentido del humor. Y que las redes sociales son el espacio para el ensayo y el error: lo que recibe muchos comentarios y buena aceptación luego lo incorporan a la vida real. «Ellos deciden qué quieren contar de sí y qué no, y es ahí donde construyen su propia identidad. Por eso, esa frase que tanto repiten sobre que si no estás en Facebook, no existís», apunta.
Es cuestión de googlearlo y los consejos para ser popular en la escuela y los tests para comprobar si realmente alguien lo es aparecen por decenas. Ser seguro de sí mismos, estar a la moda pero con un toque de originalidad y estilo propio, cuidar el cuerpo, tener sentido del humor, ser un buen estudiante sin convertirse en un obsecuente son algunos de los consejos. Y el fundamental: ser amigo de todos.
Otra escena familiar. El cambio repentino de conducta de su hija de 13 años preocupaba a su madre. Bajo rendimiento académico, problemas con las autoridades del colegio. Al preguntarle el porqué, la chica, estudiante del primer año del secundario en un colegio privado, le fue sincera: «Ser junable y dejar de ser una inju , mamá». Una «injunable», es decir, una chica a quien nadie conoce en el colegio, era la razón por la que decidió bajar su rendimiento académico, dejar de lado a sus amigas del curso y empezar a juntarse con otras más grandes y hacer todo lo que a sus nuevas amigas les cayera simpático. Todo con tal de ganar popularidad.
El licenciado Adrián Dall’Asta, fundador de la Fundación Padres, advierte que la popularidad es una aspiración que siempre existió para los adolescentes: ser aceptado por los pares y expulsar el mundo adulto. La diferencia en esta época -dice- es que hoy se ha incrementado esta obsesión por el papel de los medios de comunicación, y en los últimos dos o tres años, por la irrupción de las redes sociales.
«La tele empezó a articularlo con la casa de Gran Hermano, los reality shows y ese modelo adolescente que Cris Morena llevó por el mundo. Esto de ser famoso se empezó a meter en el imaginario juvenil sin reparar en la diferencia que existe entre trayectoria y popularidad -dice Dall’Asta-. Ese famoso que salió en la tele y «se salvó», se hizo muy fuerte en el imaginario juvenil, y se identificó ser famoso con ser aceptado. Esto lo potenciaron las redes. No importa qué digo, ni quién soy, lo que importa es que me conozcan muchos. Algo que abre las puertas a darse cualquier tipo de permiso.»
Ese riesgo se hizo visible el año pasado en un conocido colegio privado del Gran Buenos Aires con las fotos íntimas de una chica de 14 años. Unos compañeros las tomaron de Facebook, las repartieron en el colegio, las enviaron por mail y las llegaron a pegar en los lockers de los alumnos. Incluso trucaron algunas con las caras de otras chicas de la escuela que no tenían nada que ver. Una broma adolescente que se fue completamente de las manos.
Según Dall’Asta, el exhibicionismo es una moda que han adoptado las adolescentes con tal de conseguir eso: popularidad. Muchos varones, en cambio, la buscan a través de la violencia en las redes sociales: amedrentar a alguien, insultarlo, amenazarlo, burlarse. A menudo con consecuencias graves. De todas maneras, hace la salvedad de que no hay que confundir este comportamiento con el bullying : acá la finalidad no es herir al otro -más allá de que esto ocurra-, sino llamar la atención y ganar seguidores.
En la misma línea, Morduchowicz apunta que el hecho de que alguien quiera ser popular no significa que sea un chico acosador. Y que si se hace una mirada macro del fenómeno, no se debe culpabilizar a los chicos por estas situaciones, sino que se debe entenderlas en el contexto de la sociedad en que viven.
Para Pablo Velázquez, rector del nivel secundario del Colegio San Agustín, es importante que la escuela no fomente el estereotipo del «popular». Algo que en ese colegio promueven con la elección de alumnos tímidos o de perfil bajo para realizar tareas de liderazgo dentro del colegio y que, de esa forma, se vean incentivados. Velázquez notó en los últimos dos o tres años algo que cambiaba el viejo paradigma de popularidad que tenía: a los populares les solía ir bien en el colegio. Chicos y chicas que lograban conjugar distintos aspectos como estar de novio, salir los fines de semana, saber plantarse ante la autoridad sin faltar el respeto, además, contaban con un buen rendimiento académico. Lo que no había cambiado era que la impopularidad seguía yendo de la mano de la obsecuencia hacia las autoridades.
«Lo que nos preocupa -afirma Dall’Asta- es que la suma de televisión, Internet y redes sociales ha hecho que la popularidad normal y deseable se transforme en una masividad incontrolable, donde las relaciones se vuelven muy efímeras y sólo se calibran en cuanto a que se sumen miles de amigos, sin importar su calidad y los riesgos a los que los chicos se exponen.».
Del editor: por qué es importante.
De considerar a un chico «impopular» y convertirlo en víctima del bullying, el paso puede ser demasiado corto.
Buscan concientizar sobre el bullying
Legisladores porteños analizan ocho proyectos de ley diferentes
Por Silvina Premat | LA NACION
Organizar un grupo de amigos en Facebook u otra red social y ponerse de acuerdo con la mayoría para no aceptar la solicitud de un compañero podría ser una conducta que, integrada con otras acciones discriminatorias o agraviantes, indicaría un caso de hostigamiento, acoso o bullying . Diferenciar un hecho de violencia de otro de hostigamiento no es fácil para los adolescentes y tampoco para sus padres, docentes y directivos de escuelas.
Por eso, varios legisladores porteños impulsan un proyecto de ley para regular el bullying o acoso escolar. De hecho, en la Comisión de Educación se analizan nada menos que ocho proyectos de ley que coinciden en que no debe haber sanciones, sino promover campañas y programas que ayuden a reconocer el problema e intervenir adecuadamente.
«Estamos intentando consensuar un proyecto porque estamos preocupados por esto», dijo a LA NACION María Rachid, legisladora por el Frente para la Victoria, que presentó en la Legislatura un proyecto de la Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (Falgbt) y de la Mesa Nacional por la Igualdad, que se diferencia de los otros porque suma al acoso los casos de discriminación. «Consideramos que el acoso no es un hecho asilado, sino un hecho social, y que el victimario es también víctima», dijo Rachid.
«Las leyes sobre el hostigamiento en varios países se aprobaron luego de algún suceso trágico, que usualmente es un suicidio. Espero que en nuestro país no tengamos que llegar a este punto para aprobar una legislación», dijo Flavia Sinigagliesi, pediatra del Grupo Cideo (Centro de Investigaciones del Desarrollo Psiconeurológico).
«En esta era el acoso funciona como un sistema y no como un hecho de violencia entre pares que siempre existió -dijo a LA NACION la legisladora de Pro y presidenta de la Comisión de Educación, Victoria Morales Gorleri. Y agregó:- Su abordaje es más complejo porque cuando deja de estar el acosado -porque los padres lo cambian de colegio, por ejemplo-, aparece otro en su lugar.»
Los datos que preocupan a los legisladores son los que indican, como una investigación de Flacso y Unesco, que el 66 por ciento de los alumnos conocía en 2011 situaciones de humillación, hostigamiento o ridiculización constante o frecuente entre compañeros dentro del ámbito escolar porteño.
Si bien los autores de los proyectos son optimistas, hay otros legisladores que no comparten la necesidad de sumar una nueva ley a las existentes que regulan los hechos de violencia y discriminación.
También se escuchan advertencias desde un grupo de profesionales abocados a esta problemática, como Libres de Bullying. María Zysman, su directora, afirma: «Si bien una ley puede ayudar a que los colegios tomen más conciencia de este problema y generen espacios de reflexión y atención específicos, mi temor es la judicialización del tema. Es decir, que una vez que esté la ley empiecen a llover denuncias de padres que piden la cabeza de un director o que un chico al que consideran hostigador sea expulsado».
Fuente: La Nación