Entrelíneas / El sueño de vivir del aire
Por Pablo Sirvén | LA NACION
Un sonoro cacerolazo virtual hizo retroceder a Telefé justo un minuto antes de presentar una demanda contra Cuevana, el sitio creado hace dos años por tres amigos argentinos que facilitan a doce millones de personas en el mundo acceder a estrenos de películas y series sin pagar un peso.
Un llamado a último momento desde la central de Telefónica, en España, hizo recular al canal de las pelotitas, después de evaluar que el clamor popular podía hacerlos crujir casi tanto como a parte del mundo árabe.
Telefé, que ya viene bastante golpeado en materia de rating, no podía darse el lujo de exponerse a un escarnio continuo de Twitter y Facebook, desde donde ya se llamaba a un boicot activo, si la emisora insistía en avanzar legalmente sobre Cuevana.
Por eso Telefé lo está pensando mejor con vistas a armar un frente más pertrechado con otros poderosos de la industria local e internacional.
Mientras tanto, alguien hackeaba a Cuevana, o simulaba un ciberataque, para adelantar un rediseño de su portal y su ahora única cabeza visible, Tomás Escobar, de 22 años, rompía el silencio con un comunicado para agradecer las adhesiones, referirse al supuesto hackeo y expresar con cierto cinismo su deseo de que «podamos seguir compartiendo más contenidos, más cultura, siempre del lado del usuario».
Es que lo que empezó siendo una divertida travesura de amigos, lo que siguió como una suerte de Robin Hood virtual que reparte gratis a todos lo que otros pretenden cobrar, desde hace un tiempo se ha convertido en un potencial gran negocio que Escobar intenta plantar mejor antes de que los grandes protagonistas de la industria del entretenimiento mundial se lo coman crudo.
Pero ya no es sólo Escobar o las empresas de cine y TV las que decidirán si Cuevana sigue y de qué manera. Hay un tercer personaje en esta historia con final abierto que tampoco piensa quedarse callado: el público, que ya cree que Cuevana le pertenece a la sociedad y no piensa renunciar a sus ventajas tan fácilmente como tampoco está dispuesto a soltar una moneda para continuar recibiendo un servicio que hasta ahora le viene de arriba. ¿Quién ganará la partida? Está por verse y tendrá que correr todavía mucha agua bajo el puente.
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Vivir del aire sería lo más lindo del mundo. Nos haría menos feroces y todos estaríamos bastante más relajados. Pero hay gastos y alguien siempre termina pagando, salvo los que roban, los mantenidos y los que reciben regalos. Todo cuesta. Y ese costo alguien lo tiene que asumir: particulares, Estados, empresas.
Todos pagamos en algún momento y también nos pagan por nuestro trabajo, sean productos concretos o creaciones artísticas. Se pueden compartir costos, achicar los márgenes de ganancia, donar durante cierto tiempo, para causas nobles, ciertas pertenencias, pero monetizar lo que hacemos se torna indispensable para sobrevivir y poder acceder, a su vez, a bienes producidos por otros.
La intangibilidad de Internet nos hace pensar románticamente que allí sí podríamos vivir del aire, en un socialismo definitivo e igualitario, etéreo e ideal, que nos haga felices a todos, intercambiándonos gratis aquello que se nos ocurra en el momento en que queramos sin necesidad de meter nunca la mano en el bolsillo. Una suerte de paraíso virtual donde nos podemos servir tantas veces se nos ocurra los deliciosos frutos que encontremos a nuestro paso.
Sin embargo, nadie cuestiona que para lograrlo haya que comprar primero un dispositivo informático no precisamente barato (computadora, notebook, celular, tableta, etcétera), se deba pagar, además, mensualmente a una empresa que nos provea la bendita conexión a tal panacea, sin olvidar que cada dos meses debemos abonar puntualmente la factura de luz porque sin electricidad no hay enter que valga. Cierto que con wi-fi cada vez más libre y buena batería podemos casi obviar los dos últimos gastos. Y Si Cristina Kirchner te regaló la compu?¡bingo!
El espíritu mayormente libertario de los creadores -artistas, autores, realizadores- choca con las necesidades perentorias del órgano más demandante del organismo humano: su estómago. ¿Cómo llenarlo si lo que ellos hacen toma dominio público y nadie se hace cargo de sus honorarios?
El público está cada vez menos dispuesto a pagar (o, al menos, a pagar tanto) por películas y discos. Por eso la piratería física y virtual se hace un picnic en el particular tiempo que nos toca vivir. Millares de personas que serían incapaces de llevarse nada que les sea ajeno, no sienten el más mínimo reparo cuando se trata de capturar contenidos artísticos de terceros.
Cierto es que la propia industria se muestra muy contradictoria: las casas de electrodomésticos ofrecen equipos sofisticados que fomentan la reproducción de obras y las copias truchas salen de los mismos estudios de cine y de las discográficas. La única industria de contenidos que está a salvo de la piratería -la de los diarios, ya que fotocopiar un ejemplar resulta más caro que comprar directamente el original- ¡sube sus contenidos gratis a la Red! Festivales de música y ambiciosas obras de teatro subsidian el precio de sus entradas al público, que de otro modo serían mucho más caras, al hacer descansar buena parte de sus onerosos costos en importantes sponsors que corren con los gastos más pesados.
La demandada gratuidad de los contenidos en Internet funciona casi en paralelo al avance sobre el espacio público también en el mundo físico (piqueteros, okupas, asentamientos, manteros, etcétera). Y coincide empresarialmente con un momento donde las nuevas marcas de la virtualidad -Google, Facebook, YouTube, Twitter, etcétera- también interpretan de una manera laxa y ubicua las leyes aplicadas al soporte evanescente en el que se mueven. Ni qué hablar de los gobiernos que pensarán que el favor de sus votantes bien justifica precarizar algunos derechos comerciales e intelectuales.
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Internet todavía atraviesa su época de las cavernas. Como le sucedió al mundo físico, llevará su tiempo civilizarlo y su propio devenir irá dibujando las reglas que se le puedan aplicar. Pretender que en el mundo virtual se implementen exactamente las mismas leyes y modalidades que en el mundo material es una ingenuidad sin destino.
La humanidad no ha sido transformada tanto por las ideologías y religiones como por las transformaciones tecnológicas: la rueda, la imprenta, las armas, la luz, y ahora las redes sociales. Los abogados tendrán que ser muy creativos para poder dotar a Internet de carreteras de legalidad que no impliquen censura y que atemperen lo más posible las oprobiosas diferencias que se dan en el mundo físico entre ricos y pobres.
«Escobar Tomás y cuevana.com sobre infracción a la ley 11723.» La causa penal así identificada es la N° 46.940/11, la lleva el Juzgado de Instrucción 36, Secretaría 123, con intervención de la Fiscalía de Instrucción N° 4.
Sin hacer bandera ni ruido, un jugador más que importante de la industria internacional del entretenimiento (HBO) acaba de desembarcar en los tribunales argentinos con esta demanda, que toma estado público a partir del presente artículo.
¿Soportará esa señal la previsible ira de los anarcoburgueses virtuales? Pronto lo sabremos.
Fuente: La Nación
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Jeje, esto se pone cada vez más interesante, creo que la Libertad de Expresión y el comunicado de la ONU al cual adhiero, va a ser determinante y será una solución pronta a estos conflictos, o será mejor entender que la ley 11723 es de los años 30 y su contenido es tan viejo que la Comisión Técnica de cibercrimen será una salida?