Por Nicholas Carr, THE NEW YORK TIMES
En una opinión de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos de 1963, el juez Earl Warren observó que “los fantásticos avances en el campo de la comunicación electrónica constituyen un gran peligro para la privacidad del individuo”. Desde entonces, los avances sólo se han acelerado, junto con los peligros. Hoy, cuando las empresas se esfuerzan por personalizar los servicios y publicidad que ofrecen por Internet, la furtiva recopilación de información personal es rampante. La idea misma de privacidad está bajo amenaza.
La mayoría de nosotros consideramos que la personalización y la privacidad son cosas deseables y entendemos que disfrutar más de una significa renunciar a algo de la otra. Para tener bienes, servicios y promociones a la medida de nuestras circunstancias y deseos personales, necesitamos divulgar información sobre nosotros mismos a empresas, gobiernos y otros actores externos.
Este equilibrio siempre ha sido parte de nuestras vidas como consumidores y ciudadanos. Pero ahora, gracias a Internet, hemos perdido nuestra capacidad de comprender y controlar ese balance, de elegir, de forma deliberada y conscientes de las consecuencias, qué información sobre nosotros revelamos y qué no. Datos increíblemente detallados sobre nuestras vidas están siendo recopilados en línea en bases de datos sin que nos demos cuenta, y mucho menos lo aprobemos.
Aunque Internet es un lugar muy social, tendemos a navegar por ella en soledad. A menudo asumimos que somos anónimos mientras navegamos en línea. Como consecuencia, tratamos a la red no sólo como un centro comercial y una biblioteca, sino como un diario personal y, a veces, un confesionario. A través de los sitios que visitamos y las búsquedas que realizamos, revelamos detalles no sólo sobre nuestros empleos, pasatiempos, familias, inclinaciones políticas y salud, sino también nuestros secretos, fantasías, incluso nuestros pecadillos.
Nuestra sensación de anonimato es en gran parte una ilusión. Casi todo lo que hacemos en línea, desde oprimir teclas y hacer clics, queda grabado en cookies y bases de datos corporativas, y conectado a nuestras identidades, ya sea explícitamente a través de nuestros nombres de usuario, números de tarjeta de crédito y las direcciones de IP asignadas a nuestras computadoras, o implícitamente a través de nuestros historiales de búsqueda, navegación y compras.
Hace unos años, el consultor informático Tom Owad publicó los resultados de un experimento que brindó una lección escalofriante sobre cuán fácil es extraer datos personales de la red. Owad escribió un simple software que le permitió descargar listas públicas de artículos deseados por usuarios de Amazon.com, que los clientes publican para catalogar productos que planean comprar o desearían recibir como regalo. Estas listas habitualmente incluyen el nombre del dueño de la lista y su ciudad.
Con un par de computadoras normales, Owad pudo descargar en un sólo día más de 250.000 listas de artículos deseados. Luego, buscó datos de libros controvertidos o políticamente espinosos, desde Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, al Corán. Luego usó la herramienta de búsqueda de personas de Yahoo para identificar direcciones y números telefónicos de muchos de los dueños de las listas.
Owad terminó con mapas de Estados Unidos que mostraban las ubicaciones de personas interesadas en ciertos libros e ideas, incluido 1984, de George Orwell. Con la misma facilidad podría haber publicado un mapa que mostrara las residencias de las personas interesadas en libros sobre tratamientos contra la depresión y adopción de niños. Antes, concluyó Owad, “había que obtener una orden judicial para monitorear a un grupo de personas. Hoy, es cada vez más fácil monitorear ideas. Y luego conectarlas a las personas”.
Lo que Owad hizo manualmente se puede hacer cada vez más de forma automática, con software que escanea datos y combina información de muchos sitios. Unas de las características esenciales de la web es la interconexión de distintos “depósitos” de información. La “apertura” de bases de datos es lo que le da al sistema gran parte de su poder y lo que la vuelve útil. Pero también facilita el descubrimiento de relaciones ocultas entre partes remotas de sus datos.
En 2006, un equipo de académicos de la Universidad de Minnesota describió lo fácil que es usar software de escaneo de datos para crear perfiles personales de individuos, incluso cuando publican información de forma anónima. El software se basa en un principio simple: la gente tiende a dejar mucha información sobre ellos y sus opiniones en muchos lugares diferentes de la web. Al detectar lazos entre los datos, algoritmos sofisticados pueden identificar individuos con una precisión extraordinaria. Y no hay un largo trecho desde ese punto hasta descubrir los nombres de las personas. Los investigadores señalaron que la mayoría de los estadounidenses pueden ser identificados sólo con su código postal, fecha de nacimiento y género, tres datos que la gente suele divulgar cuando se registran en un portal en Internet.
Mientras más integrada esté la red a las actividades de nuestras vidas laborales y actividades recreativas, más expuestos estamos. Durante los últimos años, a medida que los servicios de redes sociales crecieron en popularidad, la gente ha confiado más detalles íntimos de sus vidas a sitios como Facebook y Twitter. La incorporación de transmisores de GPS a los teléfonos celulares y el auge de servicios de rastreo de ubicación brindan poderosas herramientas para ensamblar registros momento a momento de los movimientos de la gente.
Mientras las empresas de Internet quizás estén contentas con la erosión de la privacidad personal —después de todo sacan ganancias de la tendencia— el resto de nosotros deberíamos estar preocupados. Hay peligros reales.
Lo primero y más obvio es la posibilidad de que nuestra información personal caiga en las manos equivocadas, como criminales y estafadores. Estos pueden usar información sobre nuestras identidades para cometer fraudes financieros o pueden usar datos de ubicación para rastrear dónde nos encontramos y acosarnos.
La primera línea de defensa es, claro, el sentido común. Necesitamos asumir responsabilidad personal por la información que compartimos cada vez que nos registramos en un portal. Pero ni siquiera toda la cautela del mundo nos podrá proteger de la cantidad de información capturada sin nuestro conocimiento. Si no estamos al tanto de qué tipo de información sobre nosotros está disponible en línea, y cómo se usa e intercambia, la protección contra el abuso puede resultar difícil.
Riesgo de manipulación
Un segundo peligro es la posibilidad de que la información personal sea usada para influenciar nuestro comportamiento e incluso nuestros pensamientos en formas que nos resultan invisibles. El gemelo malvado de la personalización es la manipulación. Mientras que los matemáticos y especialistas en marketing refinan los algoritmos de escaneo de datos, obtienen formas más precisas de predecir el comportamiento de la gente y la forma en que reaccionará cuando se le presentan avisos en línea y otros estímulos digitales.
A medida que las ofertas de productos y marketing son ligadas cada vez más a nuestros patrones de comportamiento anteriores, se vuelven más poderosas como gatillo del comportamiento futuro. Los anunciantes ya pueden inferir detalles sumamente personales sobre una persona al monitorear sus hábitos de navegación en la web. De esa forma pueden usar ese conocimiento para crear campañas publicitarias dirigidas a individuos en particular.
Proteger la privacidad en línea no es muy difícil. Requiere que los fabricantes de software y los operadores de los sitios en Internet asuman que la gente quiere que su información siga siendo privada. La configuración de privacidad debería estar predeterminada en todos los navegadores y ser fácil de modificar. Y las empresas que rastrean nuestro comportamiento o usan detalles personales deberían brindarnos una forma fácil de mostrarnos lo que hacen.
El mayor peligro es que vayamos hacia una sociedad con un concepto devaluado de la privacidad, donde se vea como anticuada y sin importancia. Como observó el experto en seguridad informática Bruce Schneier, la privacidad no es sólo una pantalla detrás de la cual nos escondemos cuando hacemos algo malo o vergonzoso; la privacidad es “intrínseca al concepto de libertad”. Cuando sentimos que siempre nos observan, comenzamos a perder nuestra sensación de independencia y libre albedrío, y, a su vez, nuestra individualidad.
La privacidad no sólo es fundamental para la vida y la libertad, es esencial para el logro de la felicidad, en el sentido más amplio y profundo. Los humanos no somos únicamente criaturas sociales, también somos seres privados. Lo que no compartimos es tan importante como lo que compartimos. La forma en la que decidimos definir la barrera entre nuestra persona pública y privada variará de un individuo a otro, por lo que precisamente es tan importante no bajar la guardia en la defensa del derecho de todo el mundo de determinar el límite de la forma en que cada uno lo crea conveniente.
Fuente: Grito Peronista
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